Bilocación no necesaria

Tengo muy abandonado mi amado blog, snif. Mucha tarea, mucho alcohol, y gracias a DIOs una que otra mujer. Traigo entre cejas varios proyectos que espero que aterricen, por lo pronto los dejo con otra tarea aventura de nuestro héroe, que en ésta ocasión lucha contra los primos olvidadizos, los malos taxistas, y uno que otro discapacitado.

¡¡No chinguen!!, mejor ya me voy a dormir que al rato hay examen.

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Bilocación no necesaria

Hay días que no tengo nada que hacer y me aburro como burócrata esperando que llegue el día de cobro, pero otros días se juntan los compromisos en los que quisieras estar, y desearías tener el “don” de la bilocación. Claro que siempre hay “que hacer”, pero el salir con amigos o asistir a lugares donde es necesario un tiempo y espacio especifico aveces dificulta el no ser un paria consagrado.

El sábado por la mañana me levanté muy temprano alrededor de las diez, hecho por demás inusitado, consecuencia de un acontecimiento aún más irreal. Me dormí el día anterior —viernes— a las nueve y media... Debido a que el jueves por la noche, asistí al Hard Rock a la celebración convocada por EMI México donde se conmemoró el trigésimo aniversario en que se editó el álbum Iron Maiden, homónimo de la banda proveniente de Inglaterra.

Lo que sería un breve encuentro con un amigo para disfrutar de una banda que tocaría covers y beber una que otra cerveza, se prolongo hasta pasadas las 12 de la noche. Al no encontrar metro en el cual transportarnos, tuvimos que abordar un taxi carísimo, acto seguido, pase a dejar a mi amigo en su casa —quedaba de paso— llegué a mi hogar alrededor de la una y media, y para variar a hacer tarea, así borracho y todo. Pero regresemos a la aventura del sábado.

Después de otro raro suceso, desayuno con todos los miembros de mi familia presentes, mi padre me pidió que lo acompañara a comprar una tele. No importa es temprano me dará tiempo para la fiesta y el concierto de hoy, pensé, oh que iluso fui.

Fue hasta la tercera tienda que visitamos que porfin (?) se decidió a comprar un televisor —no fue el que le recomendé— después de batallar un rato en el tráfico regresamos a casa. Siempre es emocionante comprar un aparato electrónico, bueno, por lo menos los hombres así somos. Así que iba a proceder a conectarlo y colocarlo adecuadamente... pero ¡oh sorpresa!, la pantalla de 46 pulgadas no cabía en el mueble donde yacía la antigua televisión.

¡Te lo dije!, ahora tenemos que comprar otro mueble, expresé enfurecido por no haber seguido mi recomendación. No, no vamos a comprar nada, así se va a quedar, sentenció mi padre con el desdén que lo caracteriza. ¡No seas naco, como se va a ver bien así una tele en un mueble que no corresponde a sus medidas, mejor ya me voy! Pues vete, respondió “el señor Dorantes”.

Enfurecido subí a mi cuarto para ubicar en Google Street View el lugar donde se llevaría a cabo la fiesta, un lugar alejado de la mano de Dios, —chiste que le hago a mis amigos que viven por allá— la colonia Agricola Oriental. Sólo he ido una vez a tan inhóspito lugar, y la experiencia no fue nada grata, pero emulando a una regordeta viejecilla de unos antiguos comerciales de Inverlat “pero esa... es otra historia”.

Anoté la dirección e imaginé la ruta más viable para llegar, pero como siempre, las cosas no salen como uno piensa. Baje a comer para emprender el largo camino, no sin antes hacer las pases con mi papá, puesto que éste mes ha drenado mis finanzas personales y necesitaba de su ayuda para no pasar contratiempos. ¡No saque nada pídele a tu madre!, pfff mejor hubiera seguido enojado, pensé.

Tomé un taxi hacia Perisur, la estación más cercana del Metrobus que había sido el medio elegido para llegar... después de una amena plática con el taxista corrí hacia el mentado transporte pues el tiempo ya apremiaba. Mi plan era llegar temprano a la fiesta para estar aunque fuera un rato y ver “como estaba” con un poco de suerte regresar a ella después del concierto de Megadeth en el palacio de los deportes, que queda cerca de la colonia, o por lo menos eso me habían dicho...

Después de pasar por otras desventuras, como el recibir un rechazo por andar de ofrecido con unos discapacitados, y pasarme una estación en el cambio de línea, por fin me encontraba cerca del anhelado destino. No obstante, debido al aguacero que estaba cayendo, la miopía que me aqueja, el desconocimiento del lugar, y el mal tino de los señores de planeación que tuvo el Metrobus y deciden poner nombre consecutivo de ríos a las estaciones, me bajé una parada antes. No importa, tomaré un taxi, al fin que queda aquí cerca, hasta sirve que no me mojo... otra mala idea.

Abordando el taxi recuerdo que debo fruncir el ceño porque estoy en terreno peligroso. Si no me creen, para muestra un botón. El taxista estaba literalmente enrejado. Dentro de la unidad se encontraba en una jaula con una minúscula puerta por donde reciba el dinero, lo que hacia poco cómodo el viaje tanto para él como para el usuario, osea yo.

Lo del ceño fruncido rápidamente se me olvido con la charla que hábilmente propició el taxista, y digo hábilmente, porque el muy aprovechado me dio vueltas hasta llevarme al número 23, yo iba al 523. No me di cuenta hasta descender de la unidad, no sin antes desearle buena suerte al sinvergüenza aquel. Para entonces ya eran las siete de la noche, corrí para “no mojarme” y llegar aunque sea una hora con mis amigos.

Al llegar a la fiesta me encuentro con la sorpresa de que está más concurrida de lo que pensaba, así que decidí hacerme notar con la festejada, para que viera que asistí a la celebración de su cumpleaños. Pronto encontré a los pocos conocidos de la facultad, ya que la mayoría de los asistentes provenían de los años que cursó la cumpleañera en la prepa.

Mientras brindábamos y comentábamos de la revista que pretendemos crear (sigan sintonizados) veía como se diluía el escaso tiempo que me quedaba hasta las ocho de la noche, hora en que me había citado con los amigos que asistiría al concierto. ¿No te tienes que ir ya?, ahorita nada mas me la acabo, respondí a mis amigos. Partí, no sin la promesa de regresar para seguir “festejando”.

A continuación abordé nuevamente un taxi con destino al palacio. ¿Palacio?, ¿cuál palacio?, ¿de Lecumberri?, me cuestionó el taxista. No, esa era una cárcel ¿no?, le dije, pero tiene razón, puede ser también al palacio de hierro, o al palacio chino. ¡Lleveme al palacio de los deportes por favor!

No dejé que la experiencia anterior con el taxista modificara mi costumbre de platicar con los chafiretes, tal vez fue el dejo de alcohol que ya había en mi cuerpo en ese momento, o el agradable carácter del señor, pero éste taxista me pareció una persona muy honrada y con bueno gusto, dijo que se veía que tenia un agradable carácter... hasta me motivó para seguir adelante con la escuela y espera leerme pronto en algún lado (sic).

Para entonces ya era cuarto para las nueve, se escuchaba el sonido del grupo abridor Agora. Pensé lo peor al no ver a mis amigos en la puerta acordada, —chín, estos cabrones ya entraron sin mi, y al no contestar en dos ocasiones al llamado del celular mi miedo creció. Hasta la tercera ocasión contesta Rigor Mortis, —¿puedes venir hacia la puerta 10 enfrente de la escuela de educación física?, es que hay un problema—. Corriendo otra vez hacia la dichosa puerta me encuentro con dos chavos que tienen cara de “haber parido chayotes”.

¿Qué pasó?, preguntó, —es que a este güey (señalando al primo de Rigor) se le cayeron los boletos—, ¿cómo que se le cayeron?, si, ya nos regresamos a buscarlos y nada. Ni como reclamare, aparte de que se veía muy apenado por la situación, apenas es la segunda ocasión que salgo junto a su primo, así que no tengo la confianza de “darle en la madre” por la tontería que cometió, y no, no es porque ese tipo mida casi dos metros, es por la “falta de confianza”.

Aunque traíamos algo de dinero, no nos alcanzaba para tres entradas, ya que el concierto fue sold out por lo que los boletos rondaban precios estratosfericos. ¿Entonces... qué hacemos?, den gracias que hay una fiesta, respondí ya un poco más alivianado. Regresamos a la fiesta, esta vez no me perdí.

Siguiendo la canción del inmortal Pedro Infante que reza “copa tras copa, botella tras botella, conforme tomo me voy reconfortando” se nos fue olvidando la muina. La fiesta termino para nosotros temprano, como a eso de las 12, porque teníamos planeado ir a otra, donde hasta bailé... “pero esa... es otra historia”.



Todos los personajes y situaciones son reales, para comprobación ahí está el twitter. Sólo se modificaron algunos nombres para mantener privacida'.